Caminando tranquilo por la ciudad de San Juan, saqué un chicle del bolsillo y me lo llevé a la boca tirando despreocupadamente el envoltorio a la vereda. Una vieja que limpiaba la entrada de su casa me gritó:
– ¡Joven! ¡Fíjese que hace! ¡No tire los papelitos en la vereda!
La miré sorprendido y avergonzado y comencé a agacharme para recogerlo de nuevo. Al verme en tal acción, la vieja continuó con su reprimenda:
– ¡¿Para qué está la cuneta?!
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