¡Que calor de la concha de su madre! ¡Toda la remera mojada con mi sudor y con el de todos esos torsos desnudos, resbaladizos como un palo enjabonado, que me rodean! Me pasan una tuca, doy una pitada, doy otra y la paso. La Renga está tocando con toda la leche. La energía calorífica expelida desde todo el estadio da colores estridentes a todo este vaho.
Yo me muevo hacia delante, deslizándome entre los cuerpos lubricados, saltando a veces, recibiendo codazos, empujando a todo el mundo. Las canciones de La Renga me compenetran. ¡Que grosso! ¡La Renga! ¿Y donde carajo estará mi novia? La busco desde que empezó el recital. Me muevo hacia atrás, al final, y ahí la veo, apoyada en el alambrado con un pucho en la mano. Mi novia, bah…, en realidad mi ex-novia, parece que está sola. El flaco con el que salió no se ve por ninguna parte. Le debe estar haciendo el aguante a La Renga al lado del escenario.
¡Que grosso! ¡Empiezan a tocar “El rebelde”! Me muevo otra vez hacia delante y me pongo a saltar otro rato.
Aprovecho los primeros acordes de “Lo más frágil de la locura” y me vuelvo a buscar a mi novia. ¡Ah! Ahí está, sola, como hace un rato. Ahí me vio y me aproximo. Me saluda, sonríe. Yo estoy re-loco. Acerco mis labios a su oído y le susurro:
“Yo canto para alcanzarte
atravesando todo el azul.
Yo canto para mostrarte que sangro igual que vos.
Y está oscuro en esta cárcel
que soy desde que tengo memoria,
y está ciega mi mirada sin tu luz”
Yo le llevo años luz al otro flaco. Conozco a esta mina desde la escuela y se como le gusta Aznar. La abrazo y me la llevo del recital.
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