– Vea, cumpa, si le digo lo de esa chica que desapareció, la del diario, la Suárez, que yo sé lo que le pasó realmente, y a lo mejor no me crea, pero esa chica está ahora en el infierno. Eeeh... era de una de esas santurronas que anda con esos grupitos de pendejos de la iglesia y estudiaba en la universidá... eh... asistente social, y se iba todos los días en micro hasta el centro. Se perdió un domingo que estaba en su casa y la había ido a buscar un culillo chico, todo mocoso, y con poquita ropa, con el frío que estaba haciendo. La muchacha, claro, le dio lástima y le dio de comer, y le buscó algo pa´ abrigarlo. El niñito le decía que le fuera a buscar el padre que se había ido hasta el Calvario del Cerrillo a la mañana y todavía no volvía. Como era de Carpintería, y el Cerrillo está ahí nomás, se fue para allá la muchacha con el pendejo, pero antes se fueron pa´ la casa del niñito pa´ ver si se había vuelto el padre, pero no había nadie. Y no tenía mamá, ni hermanitos, nada. 'Tonse, como la chica iba en la motito del hermano, se fueron pal Cerrillo pa´ ver si lo veían ahí.
“Cuando llegaron lo único que encontraron fue el bolso del padre al pie del Calvario. Lo habían buscado por ahí y no lo habían encontrado. El niñito le decía que ese no era el calvario aonde había ido el padre, que era otro más grande y más feo, y la muchacha no entendía nada. Le decía que el bolso del viejo estaba ahí y que poráy volvía a buscarlo. Así que se quedaron esperando un rato por la dudas. Mientras, el pendejillo sacó un termo que se había llevado el viejo en el bolso con un té de yuyo y le ofreció a la muchacha, que no quería saber nada, pero como el pendejo le insistió, la muy tonta aflojó pa´ darle el gusto al mocoso y tomó. Y vaya a saber que yuyo tendría el té, que la chica se empezó a mariar y empezó a ver que todo se ponía más oscuro y el Cerrillo se hacía más grande.”
“Usté no me va a creer lo que le voy a contar, cumpa, pero la chica empezó a ver el mismísimo infierno, y ahí también había un Calvario, pero muchísimo más largo y alto, y subía hasta una montaña altísima, altísima. Y la güella hasta arriba estaba llena de penantes arrastrando cruces con diablos que los cagaban a latigazos. Y por todos lados había fuego y ceniza, y humo venenoso. Y todos gritaban y lloraban. Y no me va a creer, pero yo le voy a decir la verdá. Yo estaba ahí mirando, porque el pendejo es uno de los míos, que me trae a veces algún alma buenita y santurrona. Así que mi acerqué rápido como una tromba de fuego y azufre a la muchacha, que me miraba, gigante yo comparado con ella. Empezó a correr desesperada. ¡Y yo a las risas! ¡Y la corría, y le alumbraba el camino de rojo! ¡Juá, juá, juá! ¡Una jarana! ¡Y la pendeja que corría! Al final la agarré, la cargué con una cruz bien pesada, y la puse a caminar por el Calvario. ¡Pa´ que viva lo que su Jesucristo tan querido!”
– Lo que usté me cuenta no me gusta hermano. Por lo que usté cuenta, usté dice que es el Diablo. Yo soy muy devoto de la Virgen, que se que me cuida y me protege, y también de la Difuntita. Yo a usté no lo conozco, hermano, y me viene con estas historias que son muy feas.
– ¡No se haga mala sangre, cumpa! Usté sabe que el Diablo más sabe por viejo que por diablo, y si yo le digo que le voy a invitar otra caja, usté no me va a despreciar, ¿no?
– Y bué... si lo pone de esa manera...
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