Hacía rato que bajaba junto a Beto por una grieta obscura que, según me había dicho, terminaba en una cueva con una pequeña virgencita de Lourdes, muy visitada.
– ¡Cómo puede ser!- exclamaba yo, apretado entre las paredes de la hendidura. El descenso era complicado. ¿Como podía la gente frecuentar esta gruta? Usábamos cuerdas y un buen equipo de espeleología. Era impensable llegar sin este equipamiento.
Beto aguardaba a que hiciera pie en un lugar seguro para comenzar a bajar. Llegué finalmente a una espaciosa caverna, tan grande que no alcanzaba a iluminar las paredes con mi linterna. Al hacer pie en el suelo alumbré alrededor y desenganché el mosquetón. Comencé a escuchar el deslizamiento de Beto por la cuerda, un poco más arriba.
De repente noté movimiento en la cueva, en medio de la oscuridad. Vi acercarse al radio de luz a un hombre y a una mujer desnudos como Adán y Eva, sorprendentemente demacrados y con la piel gris de aspecto fofo y lastimado. Me miraban con ojos grandes y redondos como los de un pescado. Pronto se reunió a mi alrededor más gente en este mismo estado, observándome pasmada.
Beto llegó a mi lado y echó una ojeada alrededor, también sorprendido, pero me dejó atónito al escuchar su comentario:
– Creo que nos equivocamos, Flaco. Hemos llegado al Infierno. Dale con el jumar. Subí vos primero.
viernes, 29 de octubre de 2010
jueves, 21 de octubre de 2010
El Hombre de las Cavernas
Me contaron que desde antiguo llamaron Duat a mi tierra, aquella en la que me criaron, y la observaron a través de un cristal cóncavo y espejado. Señalaron que esta tierra estaba abajo y dijeron: hacia abajo se cae y siempre es oscuro. Y trataron de escapar subiendo por escaleras esculpidas por todos lados, en las laderas de la misma montaña, pero que guiaban a distintos destinos. Algunas personas ascendían, otras trastabillaban y rodaban montaña abajo. Y otras, llevando una gran cantidad de bultos, caminaban por un camino plano y sencillo, considerando que estaba bien hecho, bien construido, muy transitado y el sentido era claro, sin descubrir que el camino era circular y pisaban una y otra vez las mismas rocas.
Pues bien, de Duat se trata esto y está lleno de cavernas. Por lo tanto, un hombre de las cavernas soy. Ahora me dirijo hacia las llanuras. Allí, me dijeron, se puede ver mejor la montaña, con más luz, y así se puede distinguir el mejor camino. Pero, mientras tanto, he visto cosas muy extravagantes en ciertos lugares. Algunas las he apuntado en mi cuaderno de viaje.
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